LA BIBLIA ES LA PALABRA DE DIOS
POR: LIC. JOSE ARMANDO NARVAEZ PADILLA
Introducción Histórica y Teológica: La Biblia como la Palabra de Dios
La afirmación "La Biblia es la Palabra de Dios" ha sido una piedra angular en la teología cristiana desde los primeros siglos del cristianismo. A lo largo de la historia, esta declaración ha sido defendida, debatida y definida a través de diversos contextos culturales y doctrinales, desde los Padres de la Iglesia hasta los reformadores del siglo XVI, y sigue siendo central en la teología contemporánea.
Históricamente, la creencia en la inspiración divina de las Escrituras tiene sus raíces en la tradición judeocristiana. Para el pueblo de Israel, los escritos de la Ley, los Profetas y los Salmos eran considerados la revelación directa de Yahvé, el Dios de la alianza. Esta comprensión fue heredada por la Iglesia primitiva, que reconoció en los textos del Antiguo Testamento y los escritos apostólicos una continuidad en la revelación divina. El apóstol Pablo, por ejemplo, afirma en 2 Timoteo 3:16 que "Toda la Escritura es inspirada por Dios", un testimonio clave que la Iglesia a través de los siglos ha tomado como fundamento teológico para la doctrina de la inspiración.
Teológicamente, la doctrina de la Biblia como la Palabra de Dios se desarrolla en torno a la noción de inspiración divina y la autoridad de las Escrituras. La inspiración refiere al proceso mediante el cual Dios, por medio del Espíritu Santo, guía a los autores humanos para que escriban las palabras que Él quería comunicar, sin violar su libertad humana. Es una obra conjunta, donde Dios es el autor principal, pero los seres humanos también participan con su propio estilo y contexto cultural. Esta creencia se consolidó en los primeros concilios de la Iglesia y fue defendida vigorosamente por figuras como Agustín de Hipona, quien sostuvo que la Escritura no puede errar porque su autor es Dios.
En el siglo XVI, durante la Reforma Protestante, esta doctrina fue reafirmada y reconfigurada. Martín Lutero, Juan Calvino y otros reformadores insistieron en la sola Scriptura, es decir, que la Escritura es la única norma infalible para la fe y la práctica. Esta enseñanza enfatizó que las Escrituras, al ser la Palabra de Dios, tienen la máxima autoridad, superior a las tradiciones humanas o eclesiásticas. De esta forma, se estableció una base teológica clara: la Biblia no solo contiene la Palabra de Dios, sino que es la Palabra de Dios en su totalidad.
En la sana doctrina, la creencia en la inspiración de la Biblia implica que los cristianos están llamados a someterse a la autoridad de las Escrituras en todas las áreas de la vida. Esta autoridad es inmutable, ya que se deriva de Dios mismo, cuya revelación es perfecta, suficiente y completa en las Escrituras. Negar esta doctrina ha sido históricamente considerado un ataque directo contra la fe cristiana, pues pone en duda la naturaleza de Dios como Veraz y el carácter de Su revelación.
Esta introducción histórica y teológica establece el fundamento para explorar más a fondo las implicaciones de la doctrina de la Biblia como la Palabra de Dios, y cómo ha sido entendida y aplicada a lo largo de los siglos por la Iglesia, en su misión de proclamar, enseñar y vivir conforme a la revelación divina.
Dios se ha revelado
El concepto de revelación es central en la teología cristiana. Se refiere al acto soberano de Dios mediante el cual Él se da a conocer a la humanidad, mostrando su naturaleza, su voluntad y su plan redentor. La creencia en un Dios que se revela no es un simple supuesto teológico, sino una afirmación fundamental en el cristianismo, porque sin la revelación divina, el ser humano estaría limitado a la especulación y nunca podría conocer verdaderamente a Dios en Su plenitud. Dios se ha dado a conocer a través de dos formas principales de revelación: la revelación general y la revelación especial. Ambas son esenciales para una comprensión completa de cómo Dios se comunica con su creación, y juntas forman el marco en el cual se sostiene la doctrina de la Biblia como la Palabra de Dios.
Revelación General
La revelación general es aquella que Dios manifiesta a toda la humanidad a través de la creación y el orden natural. En términos teológicos, se refiere a cómo Dios se da a conocer a todos los seres humanos sin necesidad de intervención directa o sobrenatural. El Salmo 19:1-2 expresa poéticamente esta verdad: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría". De igual manera, en Romanos 1:20, Pablo enseña que “las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas”. Aquí vemos que, al contemplar la creación, todo ser humano puede discernir la existencia de un Creador, cuya grandeza y poder son evidentes.
Sin embargo, aunque la revelación general es suficiente para demostrar la existencia de Dios y su poder, no revela el carácter salvador de Dios ni sus propósitos específicos para la humanidad. La naturaleza nos puede hablar del poder y la majestad de Dios, pero no nos revela Su plan redentor. Por tanto, la revelación general, aunque es importante y necesaria, es incompleta en sí misma. Es aquí donde entra la necesidad de una revelación especial, que comunica de manera específica y directa la voluntad de Dios y el mensaje de salvación.
Revelación Especial
La revelación especial es la manera en que Dios se revela directamente a la humanidad a través de actos y palabras específicas. Esta forma de revelación es personal, intencional y particular, es decir, no está dirigida a todos de manera genérica, sino que se dirige a personas concretas o grupos en momentos históricos específicos, con el propósito de dar a conocer verdades que de otra manera serían inaccesibles. La revelación especial se manifiesta de diversas maneras a lo largo de la historia, siendo las más destacadas: la revelación a través de eventos y hechos históricos (como en la historia del pueblo de Israel), la encarnación de Jesucristo y, por supuesto, las Sagradas Escrituras.
Revelación en la historia de Israel: Desde los tiempos del Antiguo Testamento, Dios se reveló al pueblo de Israel de formas específicas, estableciendo una relación de pacto con ellos. Desde el llamado de Abraham, pasando por la Ley dada a Moisés en el Sinaí, hasta los profetas, Dios reveló su carácter, su santidad y sus designios para el pueblo elegido. A través de actos históricos concretos, como la liberación de Egipto y la instauración de la monarquía en Israel, Dios mostró su poder, justicia y fidelidad.
La revelación suprema en Jesucristo: La encarnación de Jesucristo es el pináculo de la revelación especial de Dios. Como afirma Hebreos 1:1-2: "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo". En Jesús, la revelación divina alcanza su máxima expresión, porque en Él se manifiesta plenamente el carácter de Dios. Jesús no solo enseñó acerca de Dios, sino que, siendo Dios encarnado, es la revelación definitiva. Juan 1:14 declara que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros", un testimonio claro de que Cristo es la Palabra viva de Dios, el Logos eterno. En Cristo, Dios no solo habló, sino que también actuó de manera definitiva para la salvación de la humanidad.
Las Sagradas Escrituras como revelación inspirada: La Biblia es la principal fuente de la revelación especial para la Iglesia. Los cristianos creen que las Escrituras son la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, y son la norma de fe y práctica. La inspiración de las Escrituras es un acto del Espíritu Santo, que movió a los autores humanos a escribir lo que Dios quería comunicar, garantizando que el mensaje divino fuera transmitido sin error en lo que respecta a la salvación y la voluntad de Dios. Como se menciona en 2 Pedro 1:21: "Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo".
La doctrina de la inspiración significa que la Biblia no es simplemente un texto religioso más entre muchos, sino que es la Palabra viva de Dios. A través de los autores humanos, Dios ha hablado de manera infalible, preservando su mensaje a lo largo de los siglos. Esta inspiración no niega el estilo ni las características culturales de los autores humanos, sino que afirma que, en su escritura, estos fueron guiados de manera sobrenatural para comunicar la verdad de Dios. En este sentido, las Escrituras son una fuente de revelación continua, donde el lector, bajo la iluminación del Espíritu Santo, puede conocer la voluntad de Dios para su vida.
La Fiabilidad de la Palabra de Dios
La fiabilidad de la Biblia como la Palabra de Dios descansa sobre dos pilares teológicos fundamentales: la doctrina de la inspiración divina y la confirmación de su veracidad y coherencia a lo largo de la historia. Estos dos aspectos nos llevan a comprender no solo que la Biblia es un texto inspirado, sino también que es confiable en todas sus enseñanzas sobre la fe, la moral, y la salvación.
La Inspiración: Proceso y Implicaciones
La inspiración de las Escrituras es el proceso mediante el cual Dios, por medio del Espíritu Santo, dirigió a los autores humanos de los textos bíblicos para que escribieran lo que Él quería comunicar a la humanidad. Esta doctrina no se refiere simplemente a una inspiración humana creativa o artística, sino a una obra única y sobrenatural en la que Dios interviene en la historia para asegurar que su revelación sea registrada de manera precisa y fiel. El apóstol Pablo lo expresa claramente en 2 Timoteo 3:16: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia”. Aquí, el término "inspirada" proviene del griego theopneustos, que significa literalmente "soplada por Dios". Es un acto directo del Espíritu Santo que garantiza que las palabras escritas transmiten fielmente el mensaje divino.
Proceso de Inspiración
La doctrina de la inspiración ha sido formulada a través de varios aspectos clave:
Inspiración verbal y plenaria: La creencia en la inspiración verbal sostiene que cada palabra de la Escritura es inspirada por Dios. Esto no significa que cada palabra haya sido dictada mecánicamente, sino que Dios guió de manera sobrenatural a los autores humanos, utilizando su contexto cultural, su estilo y su personalidad, para que escribieran exactamente lo que Él quería comunicar. La inspiración plenaria, por otro lado, afirma que la totalidad de las Escrituras —cada parte de ellas— es igualmente inspirada y, por lo tanto, sin error en lo que respecta a la verdad que Dios quiso revelar.
La colaboración divina-humana: La inspiración bíblica no niega la participación humana en la composición de las Escrituras. Dios no dictó las Escrituras palabra por palabra de manera monótona, sino que permitió que los autores bíblicos usaran sus propios estilos literarios, capacidades y experiencias. Esta participación humana, sin embargo, fue guiada infaliblemente por el Espíritu Santo, lo que asegura que lo que fue escrito, aunque expresado en lenguaje humano, sea precisamente lo que Dios quiso comunicar. En 2 Pedro 1:21 se afirma que “los hombres hablaron de parte de Dios siendo impulsados por el Espíritu Santo”, lo cual deja en claro que los autores humanos no escribieron por cuenta propia, sino bajo la influencia directa de Dios.
El Canon de la Escritura: La inspiración se aplica al canon de las Escrituras, que incluye los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. A lo largo de la historia de la Iglesia, se ha reconocido la inspiración divina en los libros que hoy forman la Biblia, confirmados por el consenso de la comunidad de fe y por el testimonio interno del Espíritu Santo. La formación del canon fue un proceso gradual en el que los primeros cristianos discernieron, guiados por el Espíritu Santo, qué textos eran inspirados y por tanto, tenían autoridad divina. Este canon cerrado establece que no habrá más escrituras inspiradas después del periodo apostólico.
Implicaciones de la Inspiración
La doctrina de la inspiración tiene profundas implicaciones teológicas y prácticas. En primer lugar, afirma la autoridad absoluta de las Escrituras. Si la Biblia es la Palabra inspirada por Dios, entonces es la autoridad suprema en cuestiones de fe, moral y salvación. No puede haber autoridad mayor que la de Dios mismo, y por lo tanto, la Biblia tiene el poder de dirigir y corregir la vida de los creyentes.
En segundo lugar, la inspiración implica la inerrancia de las Escrituras. La inerrancia sostiene que la Biblia es verdadera y libre de error en todo lo que enseña en cuanto a la revelación divina, incluyendo la historia, la moral y la salvación. Aunque la Biblia fue escrita por seres humanos, la doctrina de la inspiración asegura que Dios, siendo la fuente última, no permite error alguno en su revelación.
Finalmente, la inspiración implica la suficiencia de las Escrituras. Esto significa que todo lo que necesitamos saber acerca de Dios y su plan de salvación está contenido en la Biblia. La Escritura es completa y suficiente para enseñar, guiar y corregir al creyente en todas las áreas que Dios ha revelado.
El Carácter de Fiabilidad de la Biblia
Dado que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada, su fiabilidad es un aspecto esencial para la teología cristiana. La fiabilidad de la Escritura significa que podemos confiar plenamente en la veracidad y exactitud de sus enseñanzas. Esta confianza se deriva no solo de la inspiración divina, sino también de diversos aspectos históricos, textuales y proféticos que confirman su veracidad.
Testimonio histórico y arqueológico: A lo largo de los siglos, numerosos descubrimientos arqueológicos han confirmado los relatos históricos de la Biblia. Lugares, personajes y eventos mencionados en las Escrituras han sido corroborados por la evidencia arqueológica, fortaleciendo la confianza en su fiabilidad. Por ejemplo, la existencia de ciudades bíblicas como Jericó o de personajes como el rey David, ha sido confirmada por investigaciones arqueológicas, lo que refuerza la credibilidad histórica del texto bíblico.
Consistencia textual: A pesar de haber sido escrita por aproximadamente 40 autores en un período de más de 1,500 años, la Biblia muestra una notable coherencia interna. Los temas de la creación, el pecado, la redención y la promesa de salvación en Cristo se entrelazan de manera armoniosa desde Génesis hasta Apocalipsis. Esta unidad temática, a pesar de la diversidad de tiempos y culturas en las que fue escrita, es un testimonio de su origen divino. La transmisión del texto bíblico ha sido excepcionalmente cuidadosa. Por ejemplo, los manuscritos del Mar Muerto, descubiertos en 1947, confirmaron la fiabilidad del texto hebreo del Antiguo Testamento, demostrando que el contenido de la Biblia ha sido preservado con precisión a lo largo de los siglos.
Cumplimiento profético: Uno de los aspectos más poderosos que confirman la fiabilidad de la Biblia es el cumplimiento de sus profecías. A lo largo de las Escrituras, encontramos numerosas profecías que se cumplieron con exactitud en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, así como en eventos históricos relacionados con el pueblo de Israel y otras naciones. El cumplimiento exacto de profecías como las de Isaías 53, que predice el sufrimiento del Mesías, o la profecía de Miqueas 5:2, que señala el lugar de nacimiento de Cristo en Belén, es una evidencia contundente de la inspiración divina de la Biblia y su fiabilidad trascendente.
Testimonio de la Iglesia: Desde los primeros tiempos, los Padres de la Iglesia y los concilios eclesiásticos han afirmado la fiabilidad y autoridad de las Escrituras. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha reconocido la Biblia como la norma de fe y conducta, sosteniendo su inspiración y confiabilidad a lo largo de los siglos. Este testimonio continuo es un recordatorio de que la Palabra de Dios ha sido preservada y protegida por Dios mismo en la historia de su pueblo.
Confirmación de su Viabilidad y Trascendencia
La Biblia no es solo un documento antiguo, sino una Palabra viva y eficaz (Hebreos 4:12), que sigue impactando la vida de millones de personas en todo el mundo. Su viabilidad se manifiesta en su relevancia continua para cada generación, y su trascendencia radica en que, siendo la Palabra de Dios, su mensaje es eterno. La Biblia no es simplemente un texto histórico, sino una fuente de revelación divina que transforma vidas, guía a la verdad y lleva a la salvación. A través de los siglos, ha sido traducida, enseñada y transmitida, impactando a culturas y civilizaciones, y su mensaje de redención sigue siendo tan poderoso y relevante hoy como lo fue en los días de los apóstoles.
Reseña Histórica y Arqueológica de la Formación de la Biblia
La formación de la Biblia es un proceso complejo y profundo que abarca varios siglos de desarrollo histórico, teológico y literario. Este proceso incluye la transmisión oral, la composición de textos escritos, su recopilación, canonización y la preservación cuidadosa a través de los siglos. La Biblia, tal como la conocemos hoy, se compone de dos grandes secciones: el Antiguo Testamento, que recoge los textos sagrados de Israel, y el Nuevo Testamento, que contiene los escritos apostólicos centrados en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Cada una de estas secciones tiene una historia única que refleja tanto el contexto histórico como el propósito teológico que dieron origen a estos escritos.
La Formación del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento fue compuesto durante un largo período que abarca desde el segundo milenio a.C. hasta el siglo II a.C. Tradicionalmente, se divide en tres secciones: la Ley (Torá), los Profetas (Nevi’im), y los Escritos (Ketuvim), formando lo que se conoce como el Tanaj en la tradición judía.
La Ley (Torá): Los primeros cinco libros de la Biblia, conocidos como el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), son fundamentales tanto para el judaísmo como para el cristianismo. Estos textos, atribuidos tradicionalmente a Moisés, fueron recopilados entre los siglos XV y V a.C., según diversas escuelas teológicas. Autores como Julius Wellhausen propusieron la Hipótesis Documentaria, que sugiere que el Pentateuco es el resultado de la combinación de varias tradiciones (Yahvista, Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal) escritas en diferentes épocas. Sin embargo, esta teoría ha sido objeto de debate, y autores como R.K. Harrison han propuesto que Moisés tuvo un papel significativo en la composición de estos libros, con posteriores ediciones.
Los Profetas: Los libros proféticos se escribieron entre los siglos VIII y IV a.C., en un contexto de crisis, exilio y restauración para el pueblo de Israel. Los profetas, como Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores, recibieron y comunicaron mensajes de Dios que se centraban en la justicia, el arrepentimiento y la esperanza de redención futura. Arqueológicamente, los manuscritos del Mar Muerto, descubiertos en Qumrán entre 1947 y 1956, han sido fundamentales para corroborar la antigüedad de los textos del Antiguo Testamento, particularmente de Isaías, cuyo manuscrito casi completo se ha conservado y data del siglo II a.C.
Los Escritos (Ketuvim): Esta última sección incluye libros de poesía (como los Salmos), sabiduría (como Proverbios y Eclesiastés), y narrativas históricas (como Esdras-Nehemías y Crónicas). Los libros de Daniel, Esdras y Nehemías, en particular, fueron compuestos o compilados después del exilio babilónico en el siglo V a.C., y reflejan el período de la restauración del pueblo de Israel en su tierra.
La Canonización del Antiguo Testamento
La canonización del Antiguo Testamento fue un proceso gradual. El canon de la Torá se consolidó probablemente en el siglo V a.C., bajo la influencia de Esdras y Nehemías, quienes restauraron la ley mosaica en Israel después del exilio. Los Profetas fueron aceptados como escritura sagrada entre los siglos V y III a.C., y los Escritos en su mayoría se reconocieron oficialmente durante el período intertestamentario. Para el siglo I d.C., los libros que ahora forman el Antiguo Testamento estaban mayormente aceptados en la comunidad judía.
El Concilio de Jamnia (aprox. 90 d.C.) es citado por muchos eruditos, como el teólogo británico F.F. Bruce, como un punto crucial en la ratificación del canon del Antiguo Testamento, aunque investigaciones más recientes sugieren que este concilio no "cerró" el canon, sino que reflejó un consenso ya en formación.
La Formación del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento fue escrito entre los años 45 y 95 d.C. y contiene 27 libros que incluyen los Evangelios, las Cartas Apostólicas, los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis. El proceso de formación del Nuevo Testamento refleja tanto la proclamación del evangelio en el primer siglo como la necesidad de preservar el testimonio apostólico para las generaciones futuras.
Los Evangelios: Los cuatro Evangelios —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— fueron escritos para proporcionar un relato fiable de la vida, enseñanzas, muerte y resurrección de Jesús. Según los estudiosos, el Evangelio de Marcos es probablemente el más antiguo (hacia el 60-70 d.C.), mientras que Juan sería el último (alrededor del 90-95 d.C.). Los Evangelios se escribieron para diferentes comunidades y contextos, lo que explica algunas diferencias en el enfoque y estilo.
Las Cartas Apostólicas: Las cartas de Pablo, Pedro, Juan y otros apóstoles fueron escritas para abordar situaciones pastorales y doctrinales específicas en las primeras comunidades cristianas. Estas cartas no solo contenían instrucción teológica, sino también corrección y exhortación, ayudando a la consolidación de la enseñanza apostólica. Las epístolas paulinas fueron algunas de las primeras en circular ampliamente y ser reconocidas como inspiradas.
El Apocalipsis y los Hechos: El libro de Apocalipsis, escrito por el apóstol Juan hacia el 95 d.C., es un texto profético que presenta una visión escatológica del futuro y del regreso de Cristo. Los Hechos de los Apóstoles, escrito por Lucas, es una narración histórica de los primeros años de la Iglesia, desde la ascensión de Cristo hasta los viajes misioneros de Pablo.
Canonización del Nuevo Testamento
El proceso de canonización del Nuevo Testamento fue, en parte, una respuesta a la proliferación de textos heréticos y apócrifos que circulaban en los primeros siglos del cristianismo. Ya en el siglo II, figuras como Ireneo de Lyon defendieron los cuatro evangelios canónicos frente a escritos gnósticos, mientras que Justino Mártir y Tertuliano citaban ampliamente las epístolas paulinas. El Canon de Muratori (siglo II) es uno de los primeros listados que se conoce y contiene la mayor parte del Nuevo Testamento actual.
No fue hasta el siglo IV que el canon del Nuevo Testamento se estableció oficialmente. El Concilio de Hipona (393 d.C.) y el Concilio de Cartago (397 d.C.) ratificaron los 27 libros del Nuevo Testamento como canónicos, una decisión confirmada por la Iglesia universal bajo la guía de Agustín de Hipona.
Testimonios Arqueológicos
Desde la perspectiva arqueológica, descubrimientos como los ya mencionados manuscritos del Mar Muerto o los fragmentos del Papiro Rylands (P52), que contienen fragmentos del Evangelio de Juan y datan del siglo II, han sido fundamentales para confirmar la antigüedad y autenticidad de los textos bíblicos. Investigadores como F.F. Bruce y Bruce Metzger han señalado que el Nuevo Testamento tiene más manuscritos antiguos que cualquier otra obra literaria de la antigüedad, con más de 5,800 manuscritos griegos existentes. Esto proporciona una base sólida para afirmar la fiabilidad textual y la continuidad del mensaje cristiano.
La formación de la Biblia fue un proceso histórico y teológico complejo que involucró la intervención divina y la participación humana a lo largo de siglos. Autores como F.F. Bruce y R.K. Harrison han defendido la fidelidad del texto bíblico frente a los desafíos críticos, demostrando que tanto la evidencia histórica como la arqueológica apoyan la autenticidad y preservación de las Escrituras. Este proceso de canonización y conservación ha asegurado que la Palabra de Dios, tal como fue revelada, continúe impactando vidas a través de las generaciones, consolidando su carácter divino y su relevancia eterna.
Conclusión General
La Biblia, como la Palabra inspirada por Dios, ha pasado por un proceso extraordinario de revelación, composición, recopilación y canonización. Su formación abarcó varios siglos y culturas, con autores diversos guiados por el Espíritu Santo para transmitir la verdad divina a la humanidad. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento reflejan la interacción entre lo divino y lo humano, donde Dios reveló su voluntad, propósito y plan de redención a través de textos que han sido confirmados por la historia y la arqueología.
El proceso de canonización de la Biblia, influido por la transmisión de la tradición oral, la escritura y la selección cuidadosa de textos inspirados, fue guiado por el Espíritu Santo y la comunidad de fe, garantizando que el canon de las Escrituras contiene lo que Dios quiso revelar a la humanidad. Arqueológicamente, descubrimientos como los manuscritos del Mar Muerto y el papiro Rylands confirman la fidelidad con que los textos bíblicos han sido preservados y transmitidos a lo largo del tiempo.
La confiabilidad y autoridad de la Biblia han sido afirmadas por la coherencia interna de sus textos, la confirmación histórica de sus relatos, y el cumplimiento preciso de sus profecías. Todo ello refuerza la creencia de que las Escrituras son la Palabra viva de Dios, adecuada para enseñar, redargüir y guiar a la verdad (2 Timoteo 3:16). La Biblia no solo ha sido un pilar de la tradición cristiana, sino también un testimonio de la verdad divina que trasciende generaciones, culturas y tiempos.
Fuentes Bibliográficas
Bruce, F. F. (1988). The Canon of Scripture. InterVarsity Press.
Harrison, R. K. (2004). Introduction to the Old Testament. Wm. B. Eerdmans Publishing Co.
Metzger, B. M. (2005). The New Testament: Its Background, Growth, and Content (3rd ed.). Abingdon Press.
Wellhausen, J. (1994). Prolegomena to the History of Ancient Israel. Scholar’s Press.
VanderKam, J. C. (2005). The Dead Sea Scrolls Today (2nd ed.). Eerdmans.
Tov, E. (2012). Textual Criticism of the Hebrew Bible (3rd ed.). Fortress Press.
Irenaeus of Lyons. (2012). Against Heresies. CreateSpace Independent Publishing Platform.
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